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El guatemalteco que escapó de las balas para triunfar en Estados Unidos

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En 1987 la guerra tocó fuertemente a la familia del guatemalteco Marcos Andrés Antil y esa fue la razón principal por cual su padre comenzó a emigrar a Estados Unidos. Poco a poco fue trayendo a su esposa y 10 hijos; uno de ellos con una inspiradora historia como emprendedor

Marcos Andrés Antil vivió su infancia en una aldea en Guatemala entre los disparosy bombardeos de una guerra civil que duró más de 25 años y dejo 220,000 muertos inocentes, entre ellos, familiares y amigos. Su casa era de adobe; no tenía electricidad ni agua potable. Marcos trabaja desde los seis años. Pepenaba café, cardamomo y algodón.   

Hoy, este migrante dueño de una empresa en Estados Unidos que proporciona servicios de marketing digital desde el 2004 y da empleo a 100 personas aproximadamente. Xumak, su compañía, tiene oficinas en Miami, Guatemala y Colombia; y opera a nivel global. Es más, sus consultores han viajado alrededor del mundo ayudando a los negocios en su transformación digital. 

“Hacía falta de todo, menos amor”, comentó Antil durante su conferencia en IAB Conecta 2018, el congreso más importante de la industria de la publicidad digital y marketing interactivo en México y un referente en Latinoamérica. 

 

A su padre le ofrecieron unirse a la guerrilla y el gobierno le pidió que fuera alcalde. Eligió lo segundo. Como jefe de la autodefensa civil formó una asociación muy grande de campesinos que andaban con machetes cuidando a los pueblos y su gente. En 1987 lo sentenciaron a muerte. Afortunadamente, su amigo Juan, con quien pepenaba café, escapó de los guerrilleros para ir a avisarle de que al día siguiente llegarían a la aldea a quemar la escuela y el juzgado, y matar a todos los alcaldes. 

Sin embargo, a los padres de Marcos y sus diez hijos, aún no les había tocado lo más difícil: tener que tomar la decisión de emigrar a Estados Unidos porque las fuerzas armadas que estaban en contra del gobierno seguían buscando a los alcaldes para matarlos.

Ya en la ciudad de Los Ángeles el papá de Marcos pasó de ser campesino a costurero. Un cambio drástico. Trabajaba todos los días incluyendo los fines de semana. Para no pagar pasaje prefería caminar a la fábrica. A veces no comía. Su meta era ahorrar para el “coyote” y traer al año siguiente a su esposa e hija más pequeña. Así sucedió. Sin embargo, la mamá no soportó estar lejos de sus demás hijos y antes del año regresó a Guatemala. Se comunicaban por medio de un cassette que grababa la familia. 

Ya quedaban cinco miembros de la familia en Guatemala y el dinero alcanzaba para que el “coyote” pasara a cuatro. Marcos era el mayor con 12 años y le faltaban 12 meses para terminar la primaria. Así que, propuso a sus padres que él se quedaría en su país hasta el final. Y llegó el día en que vivió solo en su casa.

De niño migrante a emprendedor

En 1990 comenzó su travesía como migrante. Dos veces lo regresaron a Guatemala. En su paso por México lo metieron en un cuarto con 15 personas sin poder hacer nada durante tres días. Y en Tijuana tuvo que esconderse debajo de una cama sin comida ni agua. En ese momento, él veía caminar a la gente y se preguntaba ¿por qué existen las fronteras? 

Cuando por fin Marcos llegó a Los Ángeles, una de las ciudades más grandes del mundo, fue un shock para él. No sabía el idioma. Nunca había visto edificios grandes y a gente tan diferente a él. Su sueño de trabajar se destrozó cuando supo que en Estados Unidos es ilegal el trabajo infantil. 

Terminó yendo a Belmont High School (primaria, secundaria y preparatoria). Entraba a clases sin entender absolutamente nada. “Aprendí a ser ignorado e ignorar”. Su encanto con la escuela era totalmente nulo. Él no quería estudiar.  

Un accidente cambió su futuro. Encontró un empleo como planchador en una fábrica. En verano en Estados Unidos los niños sí pueden trabajar. Ganaba de 10 a 15 dólares a la semana. Un día se quemó planchando y el dolor era inmenso. Al llegar a casa sus padres le dijeron “si quieres trabajar, esto es lo que te espera. Mejor estudia”. A partir de ese momento, Marcos decidió enfocarse en la escuela y aprendió inglés en menos de un año.

El emprendedor siente mucho agradecimiento por sus maestros porque lo animaban a que fuera a la universidad. Pero no les hacía caso. Él quería graduarse de la preparatoria rápidamente para ayudar con los gastos de su hogar. Un profesor mexicano le insistía tanto que siguiera preparándose que en una ocasión Marcos le dijo: “voy a ir a la universidad para que ya no me siga diciendo”. Al próximo día, el maestro llegó con la aplicación para la escuela. 

Los fines de semana Marcos trabajaba de jardinero. Su jefe lo llevó a San Francisco de vacaciones (las primeras en su vida) y visitaron a Jeffree, un amigo de su patrón que en el año 1993 tenía monitores de 21 pulgadas. En su mesa había un cheque de 30,000 dólares. “Yo lo vi, conté los ceros y pregunté si era real. Me puse a pensar en cuántas rentas y cuánta comida podía pagar con ese dinero. Entonces, le pregunté ¿a qué te dedicas? Soy programador, me contestó. Todos mis problemas se resolvieron en mi mente”. Así fue como Marcos decidió estudiar la licenciatura en Ciencias de la Computación.

Su sueño de ser universitario se vio destruido cuando se aprobó una ley antinmigrantes. Los estudiantes que no fueran ciudadanos no podrían acceder a becas y préstamos. Aunque Marcos organizó un movimiento estudiantil latino no se consiguió nada. Su beca iba a ser 90% financiada y 10% préstamo. 

Y como Marcos ya estudiaba fuerte día y noche, tenía buenas calificaciones, casi perfectas; consiguió entrar a la Universidad Estatal de California por su excelencia académica; la cual le ofreció pagarle todo excepto vivienda y comida. 

Con 500 dólares que ganó de un concurso de ensayo, pagó la renta del primer mes de su nueva vivienda al norte de Los Ángeles y buscó un empleo como mesero. No se lo dieron porque al cargar la charola le temblaban mucho las manos. Entonces, lo aceptaron en un lugar donde apoyaba a niños que habían sido abusados y abandonados. Ganaba muy poco dinero.

En aquel entonces una empresa vendía una hamburguesa a un dólar y por las mañanas Marcos compraba una. La partía en tres pedazos: desayuno, comida y cena. “Con esto viví por mucho tiempo, pero honestamente sí me ayudó en la necesidad”.  

En el último año de la universidad le comenzó a ir mejor porque ya sabía programar y hacer páginas web. De ganar 300 dólares por 40 horas, ahora conseguía lo mismo en tres o cinco horas; e incluso llegó a cobrar 40 dólares por hora. Tuvo la tentación de dejar de estudiar por un empleo que le ofrecieron de tiempo completo. Y cuando buscaba trabajo tenía hasta 10 ofertas. 

Después de cuatro años de experiencia laboral en una compañía suiza de alta tecnología, Marcos decidió crear su propia empresa en California; ahora está en Miami. En los lugares más remotos de Guatemala ha instalado laboratorios de computación y hace cinco años obtuvo la ciudadanía de Estados Unidos. Hoy está convencido de que una persona puede desarrollarse en su país sin tener que emigrar a otro lado.

En el camino de Marcos Andrés Antil como emprendedor hay tres cosas que le han funcionado muy bien: planificar, ejecutar e innovar. “Siempre estoy tratando de ver cuál es el siguiente paso para no quedarme atrás”, concluye. (Con información de Entrepreneur)